Josep Guardiola y Xavi ansiaban el final de esta semifinal. Ambos querían dejar de hablar de denuncias y quejas arbitrales para concentrar la discusión en el fútbol que se desea proponer. Ahora, podrán hacerlo. Barcelona volverá a Wembley, para la final del 28 de mayo, con la libertad de hablar sobre el recuerdo del disparo de Ronald Koeman y la primera Copa de Europa que ganó el conjunto en 1992.
Para poder hacerlo, tenía que conseguir rematar al Real Madrid, una tarea complicada, y lo logró con un luchado empate 1-1 en el Camp Nou que, a pesar de los cambios en la dinámica de juego, reiteró la tendencia principal de los tres anteriores clásicos: los catalanes quisieron jugar, los merengues esperaron el error rival.
La ejecución de ambos equipos sí tuvo variaciones, y en esta ocasión, sin otra opción que intentar remontar, el Madrid cambió el esquema para usar tres volantes de creación y no tres de destrucción, y presionó mucho más arriba en el campo, sin esperar detrás de la línea del medio. Pero después de correr e incomodar al Barcelona en los primeros 30 minutos, pagó el esfuerzo y empezó a parecerse al equipo que deliberadamente aguantó en su propia mitad al azulgrana en la ida en el Santiago Bernabéu.
Quizás fue esa la verdadera debacle del Real Madrid y no los errores arbitrales, como quiso hacer ver José Mourinho antes de empezar a jugar esta serie. Ayer, incluso en su ausencia del terreno por expulsión, el técnico portugués estuvo presente en la mente de todos.
El entrenador logró una victoria personal, a pesar de quedar eliminado, pues cumplió su objetivo: se empeñó tanto en hacer ver que el árbitro era un factor más importante que la pelota, que desvió todas las miradas hacia lo primero y no lo segundo. El árbitro Frank De Bleeckere cometió el error que le dio ese pequeño triunfo, cuando cortó una jugada que terminó en gol de Gonzalo Higuaín por una falta a favor de los catalanes que en realidad había recibido en primera instancia Cristiano Ronaldo.
Ese podría haber sido el gol de un 1-0 parcial que habría enredado la serie. Una serie que se había encargado de mantener viva el "galáctico" original del equipo, Iker Casillas, con al menos tres atajadas clave en esa etapa del primer tiempo cuando Barcelona tomó fuerzas.
Los blancos, que no habían rematado al arco en esos primeros 45 minutos, se arriesgaron mucho más en la segunda mitad, y Barcelona los castigó con el tanto de Pedro. Ángel Di María y Marcelo le devolvieron la emoción al encuentro al combinarse para empatar el marcador, pero entonces fue Barcelona el que terminó de defender la ventaja global 3-1 que tenía. Claro, lo hizo con el balón en los pies y la siempre presente posibilidad de otro tanto más. Esa fue la diferencia más grande entre los dos equipos, y que al final inclinó la balanza, por encima de los millones de euros gastados en fichajes, los errores arbitrales o las palabras de lado y lado.
Después de 18 días de convivencia, cada cual tomará su camino y hablará de lo que prefiere. Estilo de juego, la posibilidad de una "cuarta orejona" y el viejo Wembley; o conspiración, fichajes de la próxima temporada y la vergüenza que deberían tener los ganadores. Como en el campo, un asunto de escoger qué es mejor.
(Nota escrita para la edición 4/5 de El Nacional)