domingo, 27 de febrero de 2011

La sacrificada vida de un buen DT


“Creo que he ido dos veces al cine en seis años”, confesó Eduardo Saragó, técnico del Petare. “Cuando llego a la casa, me desconecto para poder disfrutar con mi familia. Muchos me dirán que igual sigo pensando en fútbol, pero trato de no ligar las dos cosas”, dijo Noel Sanvicente, DT del Real Esppor.
Los dos entrenadores, amigos y hoy rivales en el estadio Brígido Iriarte, tienen varias cosas en común: son exitosos, están en la élite de su profesión en el país y son trabajadores a más no poder. Pero también hay una diferencia que es clave en la forma cómo llevan su vida paralela al fútbol. Saragó tiene 29 años de edad, es soltero y vela por sus padres. Sanvicente suma 46 años de edad, es casado y tiene un niño y una niña.
La exigente rutina de un estratega demanda la mayor parte de su tiempo, y el perfeccionismo de ambos en su trabajo los lleva a encontrar complicaciones a la hora de afrontar también otro reto: poder disfrutar de la vida fuera del campo de juego.

Obsesión con gusto. “Mi día típico puede empezar con la práctica a las 6, 7 u 8 de la mañana, dependiendo de donde sea la sesión. En La Guacamaya tenemos la oficina, y si es ahí, llegamos hora y media antes para revisar lo planificado para el día. Luego del entrenamiento, voy a la casa, almuerzo y me siento a trabajar, a revisar videos de nuestras prácticas o de los rivales que enfrentaremos. Luego salgo al entrenamiento de la tarde y después reviso lo que se hizo en el día o algún otro video, y en la noche toca descansar. Pero este trabajo no tiene horas, porque a las 9 de la noche todavía puedo estar haciendo alguna llamada por logística, viajes, hidratación, utilería. Es así”, detalló Saragó.
El joven técnico del Petare fue adiestrado por “Chita” Sanvicente en el Caracas, y por eso heredó algunas de sus costumbres. La que todavía intenta adoptar es cómo hacer tiempo para sí mismo.
“Vivo con mis padres, que son mayores, pero en la casa prácticamente no los veo. Cuando estoy allá me encierro a trabajar, o salgo muy temprano o llego muy tarde, y así paso tiempo sin verlos. Si no ganamos, a veces ando muy mal en casa. Lamentablemente, en ocasiones comparto muy poco. Y eso que mi papá ve mucho fútbol y va al estadio”, contó Saragó.
“Al trabajar en Caracas por lo menos los veo, porque cuando estuve en Zamora, veía a mis papás tres o cuatro veces al año nada más”, agregó.
“Llevo ocho años trabajando como entrenador y hasta hace dos años, creo que mi vida social era prácticamente nula. Un día no me pude parar de la cama, me dio un pico grave de estrés y entonces empecé a liberar algo de la tensión del trabajo. Salía a correr, al gimnasio, a tener algo de vida privada. Pero estuve tres o cuatro años sin ir a la playa en un momento. No tenía vacaciones. Hace tres meses me diagnosticaron dos úlceras, también por estrés”, dijo.
Saragó admite que estas limitaciones también se deben a su forma de ser. “Durante casi dos años tuve una rutina en la que trabajaba con el Caracas con “Chita” en la mañana, desde el mediodía en un colegio y al final de la tarde con los equipos Sub 17 y Sub 20 del Centro Italo. Puede que esté obsesionado y que no esté bien esa manera de ser. Tampoco garantiza que todo salga bien”, admitió.
“Conozco entrenadores que llegan a partir del entrenamiento del miércoles, otros que no van a las sesiones de trabajo físicos, e igual son exitosos y ganan campeonatos. Y está bien, porque esa es su forma de trabajar. Pero a mí me cuesta, no puedo. Hay equipos en los que algún directivo se molesta si uno no los acompaña a una reunión o a un almuerzo, pero yo no puedo dejar de ir a un entrenamiento”, dijo.
La lección, sin embargo, ha sido aprendida debido a los riesgos en su salud: “Por los problemas de estrés que he tenido, ahora busco más tiempo para mí, porque a veces dudo si vale la pena afectar tu salud. Trato de recuperar una vida más normal, porque a veces lo vives en demasía y te desgastas. Pero en general no me quejo de lo que hago, soy feliz así y trabajo por mi familia”.

Papá y entrenador. Para Sanvicente, la obligación de hacer un espacio en su agenda es mayor, porque debe velar por su esposa y sus dos hijos.
“En un día regular llego a preparar el entrenamiento a las 5 de la mañana, después voy a la oficina (también ubicada en La Guacamaya) para chequear detalles y ver videos. Me voy a las 10:30 a mi casa para almorzar y vengo otra vez al mediodía a ver a la Sub 20 y a los juveniles. Cuando termino, paso por Cumbres y por Directv Sports Park, que es donde juegan las categorías infantiles y básicas. Ahí superviso y trato de motivar. Y en la noche, a la casa de nuevo”, contó.
“Chita” admitió que la experiencia le ha enseñado fórmulas para sobrellevar la labor: “Yo delego trabajo, por eso me he rodeado de personas capacitadas y cada cual sabe lo que tiene que hacer. Hay un coordinador que es mis ojos en las inferiores. Uno supervisa y está pendiente de que todo salga bien, porque yo quiero dejar una huella, aportar a la institución, pero con gente así se facilita el trabajo del técnico”.
Conoce bien a Saragó y por eso comentó las diferencias de sus casos: “Saragó es más joven, es soltero, y quizás cuando se case y tenga hijos va a ir cambiando. Ahora quiere vivir no 24, sino 26 horas de fútbol al día, pero uno debe buscar tener su vida propia porque si no esto te va consumiendo, te desgasta. El tiempo y la experiencia te dan eso. Como jugador y como técnico, siempre he puesto a mi familia primero, porque es tu apoyo y debes darles tiempo para compartir. Cuando puedo llevarme al niño lo hago, hay que buscar ese huequito en la agenda”.
El entrenador del Real Esppor no deja de dar indicaciones en el campo y fuera de él, pero en su hogar cambia el enfoque: “Me gusta la privacidad. Cuando estoy en casa, cierro la computadora, me olvido del fútbol y me pongo a ver una película, la novela o a echar broma con los niños. Y listo”.
Su pasión por el deporte, sin embargo, lo lleva a disfrutar ahora otra etapa con su hijo Noel Alejandro, de 6 años de edad, quien hizo el mismo cambio de su padre: pasó del Caracas al Real Esppor. “A las prácticas lo llevo y lo busco, él quiere hacer todo en esto del fútbol. Los viernes es difícil poder ir a verlo en los partidos porque trabajamos en doble turno, pero cuando voy, no le digo nada y lo sorprendo. Se pone contentísimo. Y no estoy en las gradas como entrenador, sino como representante. Me quedo callado y no grito. De hecho, a mi esposa la controlo en eso”, relató.
Compartir el fútbol con su hijo renueva sus ánimos. “Pero si no llega a ser futbolista, quiero que sea un buen estudiante, un buen padre. Eso le debe enseñar uno y luego que él escoja lo que quiera ser. En el fútbol es volante, goleador. Balón que ve, lo patea al arco. Es zurdo, no sé de dónde salió eso, pero es cariñoso y eso lo sacó del papá. Mucha gente me ve como una persona dura, por mi disciplina, pero el que me conoce sabe que soy un pan de guayaba”, finalizó entre risas.

Otra forma de ver el fútbol
Saragó y Sanvicente confiesan que el simple gozo de ver un partido de fútbol, no lo tienen ellos. “Esa es la diferencia entre fanático y técnico, yo siempre lo voy a ver de otra manera. Uno busca detalles, ver qué se puede mejorar”, aseguró “Chita”.
Para Saragó, ir al estadio o ver televisión es una tarea: “Cuando era chamo me gustaba el fútbol europeo, veía la liga italiana y simpatizaba con el Real Madrid. Pero al ser entrenador le pierdes el gusto a eso, porque incluso el equipo que seguías, si no compartes la idea futbolística del técnico, ya no te gusta. Hoy no importa cuál partido europeo pasen, si hay un Trujillanos-Yaracuyanos, voy a ver ése. Pero lo veo como trabajo, para analizar a un posible rival. Y cuando puedo ir al estadio, es igual”.
(Nota escrita para la edición 27/2 de El Nacional)