Si hay un jugador que puede ofrecer una gran variedad de goles en su carrera para que alguien pueda escoger su favorito, ese es Ronaldo. Para quien escribe, el gol que quedará en la memoria no será necesariamente el mejor, categoría en la cual quizás reine el tanto que le anotó al Compostela cuando era la estrella del Barcelona en 1996. Tampoco será el que le trajo la mayor alegría, renglón en el que pueden competir los dos tantos a Alemania en la final de Corea-Japón 2002.
El que quedará en la memoria personal es uno que Ronaldo marcó cuando no estaba en su mejor momento, justo en la época en la que las bromas acerca de su sobrepeso eran continuas. Puede ser por varias razones. Por significado histórico, asombro y, por supuesto, cierta nostalgia.
Fue en Dortmund, el 27 de junio de 2006, en Alemania. No tener a Venezuela en el Mundial obliga a tener una agenda abierta a una variedad de partidos para escoger cuáles pueden resultar interesantes para cubrir, aunque también se deben tomar en cuenta consideraciones logísticas y de distancia en la elección, a menos que posea un helicóptero como el que Franz Beckenbauer usó durante ese torneo para llegar a cualquier ciudad, día tras día, para asistir al juego seleccionado.
Esta escogencia en particular fue acertada. Era el encuentro de octavos de final en el impresionante Westfalenstadion. Brasil había cumplido su tarea como líder de su llave, a pesar de un comienzo flojo y decepcionante para el combinado considerado el gran favorito del momento. No obstante, este Brasil del “cuadrado mágico” al menos había dejado una buena sensación en su último encuentro contra Japón, también allí en Dortmund.
En aquel juego contra los nipones, Ronaldo había despertado con dos goles: un cabezazo y un tiro colocado que lo llevaron de inmediato a compartir el tope de la lista de anotadores en Mundiales de todos los tiempos con Gerd Müller, con 14 tantos.
Hasta ese momento, parecía algo especial haber podido presenciar tal hecho histórico, en caso de que “el gordito” no diera más. Pero de inmediato llegó este “bonus track”. Ese 27 de junio, el rival también era una opción atractiva para estar en ese juego. Era la sorprendente Ghana, que además tenía al único venezolano en un cuerpo técnico mundialista hasta ahora: Alí Cañas, asistente de Ratomir Dujkovic.
A los 5 minutos, Ronaldo resumió en un par de movimientos toda su carrera. Ya había recibido el pase al vacío y encaraba al portero. Entonces hizo la bicicleta que todos sus contrarios conocían, temían y maldecían luego de ser engañados. De nuevo: un amago con la pierna derecha por encima del balón, mismo movimiento con la izquierda, pero esta vez sí se lleva a pasear a la pelota para aquel lado. Con el portero en el piso, Ronaldo solo tuvo que terminar de empujar el balón para dejar su huella en la historia: 15 goles en Mundiales.
Ya era gordito, pero hipotiroidismo o no, seguía siendo Ronaldo. El que miles de veces hizo esa bicicleta, el que en cientos de ocasiones celebró un gol. Y fue especial verlo y ahora recordarlo.
Esta semana, su retiro estremeció al mundo, no por inesperado o triste, sino porque provocó esa sensación en todos aquellos que lo admiraron y lo consideraron el mejor jugador del mundo durante muchos años, y probablemente el más grande centro delantero de la historia, con el perdón de Marco Van Basten, Müller y otros más.
Su anuncio final removió la memoria, de ahí la intención de dedicar la columna, no a comparaciones o explicaciones, sino a compartir un recuerdo. Con toda seguridad, usted también tiene el suyo.
(Columna escrita para la edición 20/2 de El Nacional)