El coro se escuchó con fuerza en todo el partido y, sobre todo, al culminar: "Dale ro, dale ro, dale, dale rooo". Para cualquiera que no supiera el marcador, esos gritos de 18 mil personas en el estadio Olímpico al finalizar el encuentro serían la señal de un gran éxito. Pero lo cierto es que resultó el tributo de la afición al esfuerzo que realizó Caracas en una Copa Libertadores en la que superó las expectativas de los demás, pero en la que, en la última fecha, no pudo cumplir las propias.
Este último partido fue un golpe muy duro al ánimo caraquista. Era el momento de dar un gran paso, al llegar a la última jornada como líder de grupo y con la posibilidad de asegurar el boleto en casa. Pero Vélez Sarsfield no quiso cooperar y venció 3-0. Tampoco quiso hacerlo Unión Española en Santiago de Chile, al caer derrotado ante Universidad Católica y negarle el milagro al Caracas, que aún podía avanzar si era Unión el ganador.
Mucho menos quiso cooperar el árbitro colombiano José Buitrago, que falló en una jugada que ha podido cambiar por completo el partido. Al minuto 11, Josef Martínez se dirigió al arco sin más enemigos al frente que el portero, pero Fabián Cubero trabó al juvenil desde atrás y lo empujó antes de que entrara al área, y por ello solo se ganó una amonestación, cuando la acción claramente ameritaba la tarjeta roja.
Sin embargo, la derrota no se explica solo con este error arbitral. Caracas comenzó muy bien el desafío, y quizás fue víctima de su propia ambición, porque por momentos planteó el partido con un ida y vuelta abierto, con espacios, contra un Vélez más avezado y contundente.
Así, cuando los rojos se veían con más ganas, llegó el tanto de Maxi Moralez y cambió el rumbo de la historia. Si Caracas mantenía el cero, clasificaba. Los jugadores y el técnico habían dejado claro que les convenía contragolpear y aprovechar la necesidad de los argentinos, sin que esto significara encerrarse o especular. Pero este tanto cambió la urgencia: ahora era Caracas el que debía buscar al menos el empate para pasar.
El calvario. Apenas al iniciar el segundo tiempo, Santiago Silva lanzó un centro muy cerrado desde la banda izquierda y el roce con una pierna caraquista mandó un globo por encima de Renny Vega a las mallas, en un incomprensible y desmoralizador gol. Los brazos en las cinturas fueron el primer indicio de la gran decepción que sufrió Caracas y que padeció en el resto del juego. En las gradas, el silencio sepulcral duró muchos segundos.
Era tiempo de arriesgar todo, pero antes de que el técnico Ceferino Bencomo hiciera el primer cambio con esa intención, ya llegaba el 3-0 lapidario, con un cabezazo de Silva.
Vega expresó toda su molestia, y apenas Juan Guerra reaccionó: recogió el balón, lo llevó a la mitad, y le gritó a sus compañeros que debían buscar el milagro.
No sucedió. Dos derrotas en casa sellaron el adiós y le quitaron el brillo a los dos triunfos en Santiago. El mayor dolor del Caracas y de Bencomo es que probaron que podían hacerlo. Pero como dijo el DT justo antes del partido: "El fútbol es extremo, o estás triste o estás alegre". Hoy toca estar triste.
(Nota escrita para la edición 15/4 de El Nacional)