Hoy en día, en los encuentros amistosos, las victorias no son sólo alegrías: ahora depende de contra quién se obtienen y cómo, cuando antes eran una gran noticia meramente por el resultado.
En cada eliminatoria para un nuevo Mundial, esos triunfos han empezado a adquirir matices. Ya no es la euforia inicial cuando cada uno era una rareza (mucho más aquella increíble racha de cuatro a finales de 2001 con Richard Páez, algo que todavía no se ha podido repetir). Sin embargo, cada botín de tres puntos que acerca a la selección a la ilusión de ir a la máxima cita por primera vez, tiene gran resonancia. Ahora, hay obligaciones. Se entiende que hay rivales a los cuales se debe derrotar si en verdad se intenta pelear por algo, que en el hogar cada punto no sumado es una pequeña derrota que se va agrandando con cada ciclo mientras la ambición crece.
La Copa América, no obstante, ha permanecido de alguna manera al margen de esto. El boom vinotinto le pasó al lado: en las ediciones de Colombia 2001 y Perú 2004, los triunfos siguieron sin aparecer. Por eso la Copa América 2007 representó un éxito a pesar de que las exigencias del momento apuntaban a un mejor juego de la selección, que no se vio con la regularidad deseada. Pero Páez y su grupo respondieron, como lo demuestra la obtención de cinco puntos, el primer lugar del grupo y el invicto que perdieron sólo al caer goleados por Uruguay en los cuartos de final.
Más aún, aquel triunfo contra Perú fue apenas el segundo de la historia de Venezuela en esta competencia y fue la clave para poder finalmente trascender. Fue el triunfo que le faltó a la corajuda Vinotinto de 1993 y a muchas otras. Es la medida para las aspiraciones. Es la diferencia, quizás, entre una participación más y un éxito rotundo.
Dos victorias apenas en 49 partidos disputados. La primera se dio nada menos que en el estreno de Venezuela en la Copa América, en 1967, cuando ya el resto de la región se había acostumbrado a participar. El 28 de enero de ese año, luego de tres derrotas y con un gol a favor nada más en la cuenta, la Vinotinto (que había debutado con la camisa aurinegra de Peñarol por tener un uniforme similar a Chile, su primer contrincante) logró vencer 3-0 a Bolivia en Montevideo, con dos goles de Antonio Ravelo y otro de Rafa Santana, dos de las figuras de aquel combinado junto a Luis Mendoza. Sólo para enfatizar lo obvio: esa es aún la victoria más abultada que ha conseguido el país en la copa.
Pasaron 40 años para poder repetir aquella alegría. El 30 de junio de 2007, en San Cristóbal, Venezuela derrotó 2-0 a Perú y pudo evidenciar que la mejoría que la selección había logrado en la década, finalmente podía trasladarse también a la Copa América en la forma del resultado más complicado. No llegó sin sobresaltos, al tener que apelar a un cabezazo excelso de Alejandro Cichero para abrir el camino, o tener que agradecer las definiciones erradas de Paolo Guerrero o aguardar por el gol de suspenso de Cafú Arismendi para poder encender la fiesta. Pero llegó.
Vista la historia, de nuevo un triunfo puede ser la diferencia entre una participación más o el éxito. En esta edición 2011, lo lógico es apuntar al choque contra Ecuador como el que debería aportar esa victoria. Pero contra cualquiera servirá y será el permiso necesario para soñar. Pasaron 40 años entre una y otra. Nadie quiere volver a esperar tanto.
(Columna escrita para la edición 26/6 de El Nacional).