domingo, 29 de abril de 2012

De Guardiola, Bielsa y otros demonios

Tan personal como la decisión del retiro de un deportista fue la determinación que tomó Josep Guardiola esta semana. El técnico del Barcelona prefirió no renovar su contrato y dejar para el recuerdo el ciclo más exitoso de entrenador alguno en la institución. Pero más importante que sus títulos es el legado que dejará en la historia el conductor de uno de los mejores equipos, quizás el más grande, de todos los tiempos, por haber reivindicado al fútbol-arte como una vía no sólo válida sino valiosa para llegar a los resultados, en una era de suma dificultad para intentar tal empresa.
Sin embargo, el interés de escribir sobre este tema no se centra en sus logros sino en su motivación. Guardiola, como uno de los entrenadores que usó como inspiración, Marcelo Bielsa, es un técnico atípico en sus exigencias, valores y emociones. Ellos no son José Mourinho, un adicto a la competencia y a la pelea en todos los aspectos. Tampoco Alex Ferguson, un ejemplo de mano férrea que valora más la durabilidad y el control (o poder) que una seguidilla impresionante de títulos.

Y es que así como pocos comprenden cómo Guardiola deja a un equipo de leyenda cuando todavía está en pleno uso de sus poderes (las últimas dos semanas son más un accidente que un indicio de decadencia), otros quedaron asombrados por la decisión de Bielsa de dirigir al Athletic de Bilbao.
Hace tiempo Bielsa dijo que le interesaba dirigir en un fútbol "donde perder sea una cosa aceptable". En Chile era aceptable. En el Athletic también. En el Real Madrid o en el Barcelona, no. La frustración que Bielsa sufrió en el Mundial Corea-Japón 2002 con Argentina lo marcó. El técnico dejó claro que esa herida nunca cerrará. En esa selección y, en especial, en ese Mundial, perder no era aceptable.

Así que Bielsa se convirtió luego en el técnico que se dio el lujo de abandonar a la albiceleste en plena eliminatoria a finales de 2004, el año en el que ganó la medalla de oro olímpica y lideraba a Argentina hacia otro Mundial.
El "Loco" se aferró a sus principios en Chile y luego en Bilbao, atraído por el reto de devolver la gloria a un equipo que se apega a una filosofía que dificulta cualquier política de fichajes. Y terminó convertido en héroe, tanto en Chile antes como en Bilbao ahora.



Hoy, Guardiola es la víctima de su propia sensibilidad y carácter. Diferente en ese sentido a Bielsa, pero mucho más cercano a él que a Mourinho o a Ferguson, Pep ya había dado indicios de un temprano adiós. Siempre habló de ciclos que se debían cerrar, se resistió a los contratos multianuales, y prefirió tener contentos a 20 jugadores, que contar con 30 millonarios en su nómina y la amargura de varios de ellos. Cuando le preguntaron por la seguidilla de clásicos de la temporada anterior contra Real Madrid, Guardiola admitió abiertamente que no los había disfrutado.
Los había sufrido. Lo dijo el técnico que traumatizó a los aficionados madridistas con tantas victorias seguidas, con frecuentes profanaciones del Bernabéu, con goleadas de escándalo incluidas.

La pregunta real no era si dejaría al Barcelona, sino cuándo. Ahora respondió, una vez agotado en su lucha. Si algún altercado o resultado lo apresuró, sólo lo sabe él. Pero después de haber colocado el listón tan alto que lo único que podía hacer era lograr lo que todos considerarían normal, incluso obligatorio (ganar título tras título), o decepcionar, Guardiola volvió al inicio, a sentir que no tenía una obligación con otros más allá de su motivación personal. Y eligió. Quizás en su próximo trabajo también sienta, como Bielsa, que perder es aceptable. 
(Columna escrita para la edición 29/4 de El Nacional)