domingo, 26 de febrero de 2012

Resistencia al cambio

Si la primera jornada de la Copa Libertadores trajo como sorpresa agradable el gran partido que jugó Táchira contra Corinthians, la segunda fecha sólo sirvió para confirmar los peores temores que se tenían antes del inicio de la participación del cuadro aurinegro y el Zamora. La sorpresa fue lo primero que ocurrió, no lo segundo, y por tanto, hoy se renuevan las críticas hacia la preparación de los conjuntos para el torneo, y se siente todavía más la ausencia en la fase de grupos del Caracas, el mejor representante venezolano de los últimos años.
Todo se vuelve a cuestionar y los señalamientos no son nuevos ni originales, aunque no por ello dejen de ser válidos. Es un constante ejercicio de exigencia que hacen jugadores y ex jugadores, técnicos, la prensa y demás personas allegadas al fútbol. Pero no ocurre nada más. Los últimos grandes cambios tampoco han sido para mejorar. El ejemplo principal es la expansión a 18 equipos, cuestionada desde su mismo nacimiento por ser una cantidad exagerada. Aunque aumentó la cantidad de jugadores para desarrollar, bajó el nivel del campeonato. Pero son muchas otras las razones que han contribuido a que ese nivel siga bajando: crisis económica, éxodo de jugadores, mal manejo de los equipos.

La expansión no surgió por un deseo de cambiar para mejorar, surgió por una exigencia de utilizar los estadios que se construyeron para la Copa América 2007. Esa modificación no tuvo a la calidad como argumento, sólo a la masificación. Cinco años después, su aplicación deja aún más dudas.
¿Servirá de algo recortar la lista de participantes en el campeonato? ¿Cómo convencerían a los dueños de equipos de decretar su propia reducción? Fue una medida que se tomó sin dejar abierta una real posibilidad de revertirla. Pero hay que repetirlo, no es el único mal.

El problema es que los otros empiezan con una pobre gerencia y una resistencia al cambio, pero a un cambio de paradigma, no de formato. Las contradicciones de los equipos comienzan con las propuestas millonarias a jugadores y terminan con las deudas que luego contraen con sus nóminas. Y nada de esto es nuevo ni sorprende, lo que asombra es la inercia con la que el fútbol venezolano sigue su paso, a pesar de que la Vinotinto crece y mejora como si de un hermano que se crió aparte se tratara.
La FVF y los equipos suelen pedir críticas "constructivas". No puede haber nada más constructivo que el deseo de mejorar, algo que comparten todos los que todavía se molestan en decir algo sobre estos asuntos. Sobra el adjetivo, porque de ahí nace esa crítica. Lo pueden calificar de consejo, de solicitud, poco importa eso si al final ni se escucha ni se hace nada por intentar elevar el nivel.

 En el deporte venezolano parece haber una característica común a la hora de asumir esos cambios. Hay grandes diferencias con el baloncesto o el beisbol, pero en esas ligas profesionales, mucho más manejables por tener menos equipos y una estructura menos compleja, las exigencias de cambio también pesan.
El concepto de calidad parece chocar con otros intereses. Que clasifiquen más de la mitad de los participantes debe ser un principio en contra de la calidad. Cualquier discusión sobre un cambio parece obligar a dejar todo como está, por temor a hacerlo peor o a tocar intereses económicos. En el fútbol ni siquiera parece existir la intención de la FVF o de los equipos de discutirlo, más allá de las asambleas en las que todo queda asentado en papel y poco se cumple luego, con multas irrisorias por no acatar lo que ellos mismos impusieron. Y los cambios necesarios se siguen postergando, mientras la Vinotinto cada día parece más el hijo de otra familia.
(Columna escrita para la edición 26/2 de El Nacional)