domingo, 18 de marzo de 2012

El gremio de los porteros improvisados

Bien sea por altruismo, por haber tenido una mínima experiencia en la posición o simplemente por querer ayudar, alguien siempre da un paso al frente. O en este caso, un paso atrás, hacia el arco. Y cada vez que un jugador acepta asumir el rol de portero por una emergencia, comparte un sentimiento: que la tortura termine pronto.
"Claro que hay nervios, porque no estás acostumbrado a eso. Y el rival lo sabe", confesó Miguel Mea Vitali, uno de los que se ha sacrificado por su equipo en un momento de urgencia. "Uno nunca piensa que eso va a suceder. ¡Por algo tenemos dos arqueros en la convocatoria!", dijo Pedro Boada, también integrante de la curiosa cofradía. "Nunca he escuchado a un técnico que diga `si le pasa algo a los porteros, juega fulano’. Nadie está preparado para eso, siempre que ocurre es una emergencia", aseguró Jhon Ospina, otro de los que abulta la cuenta de venezolanos que han probado su suerte ­nunca más ajustada la frase- en reemplazo de un profesional enguantado.

Aunque la situación resulta inusual, propiciada por una lesión o una expulsión cuando todas las sustituciones se han realizado o no quedan porteros disponibles, en Venezuela este peculiar grupo aumenta con frecuencia.
A Mea Vitali, Boada y Ospina se suman muchos otros más en el país en los últimos años -Jorge "Zurdo" Rojas, Manuel Rodríguez, Andrés Sánchez y Anthony Uribe, apenas el domingo pasado, entre ellos-.
Y sin embargo, un técnico no puede contemplar alguna solución a esta eventualidad, no se atrevería a quitarle tiempo a la rutina diaria para alistar a algún jugador de campo en el arco (que podría ni siquiera estar en juego cuando la desgracia ocurra). En esos instantes, sólo queda confiar en que habrá alguien dispuesto a sacrificarse por el equipo. Y siempre queda la opción de rezar, claro.

La Vinotinto obliga. El 13 de mayo de 2009, Pedro Boada no tenía idea de lo que le esperaba al alinear con la selección en un amistoso contra Costa Rica en San Cristóbal.
Rafa Romo dio paso en el entretiempo a Leo Morales para que tomara su puesto en el arco, pero una fractura en la mano del nuevo guardameta, apenas tres minutos después, forzó la aparición de un valiente voluntario.
"Ese fue un momento muy especial en mi carrera", contó Boada, que todavía se ríe al recordar lo sucedido. "Ninguno esperaba que Leo saliera tan temprano de esa manera, pero fue una experiencia bonita poder hacerlo con la selección. Es algo que lo llena a uno y lo nutre. Lo viví con gusto", dijo el defensor, aunque admitió que resulta más sencillo decirlo luego de haber cumplido con una destacada labor bajo los tres palos, una que le valió elogios.

"El problema, más que los nervios, es el compromiso en el que estás metido. Si pasaba algo yo podía decir que no era mi culpa porque no soy portero, pero no funciona así porque en realidad lo que yo no quiero es perder y además se trataba de la selección", relató.
Boada tenía razones para aceptar el reto: "Antes de llegar al juvenil fui portero por un tiempo, así que no se me hacía extraño estar ahí en el arco. Aunque nunca lo había hecho como profesional, me resultó familiar una vez que me coloqué. Y eso lo sabía (César) Farías".

La anécdota de cómo se toma la decisión suele ser la más interesante de estos guardametas improvisados. En el caso de Boada, empezó por un grito del seleccionador nacional.
"Apenas sucedió lo de Leo, Farías me llamó a la raya. Él sabía que yo tenía algo de experiencia en la portería. Me lo dijo a su manera, tú sabes cómo es. `Y entonces, ¿le vas a echar bola?’, fue la frase. La decisión igual era mía, y le dije que sí, no dudé", contó Boada.
El defensor deslumbró con su solvencia y agradeció la ayuda adicional de un miembro del cuerpo técnico, el preparador de arqueros César "Guacharaca" Baena, que recurrió a un truco que ya le había dado frutos en el Suramericano Sub-20 con Romo. "Tenía a Guacharaca detrás del arco, dándome instrucciones", reveló Boada.
"Fue difícil, pero una vez que atajé el primer disparo, uno complicado, agarré confianza". Y después de 40 minutos de trabajo, se fue sin recibir un gol.

El penal de un amigo. Estudiantes contó con suerte en agosto del año pasado. En el primer partido de la temporada, Miguel Ángel Aponte debió abandonar el juego por conmoción cerebral. Y no uno sino dos jugadores se ofrecieron a ayudar en el arco.
"Hablé con Manuel Rodríguez y él me dijo que ya le había tocado tapar una vez, pero yo insistí en que podía, porque lo había hecho cuando era chamo, y me dejó", afirmó Jhon Ospina.
"Tenía la noción, pero igual ligaba que me ayudaran mis compañeros. Me concentré en lo que debía hacer, sobre todo si venía algún centro al área".

Al igual que Boada e incluso la mayoría de los porteros de profesión, la primera atajada es siempre un empujón necesario. "Así ocurrió y así seguí", dijo.
Pero lo que no esperaba Ospina era tener que convertirse en héroe en una jugada en la que hasta los mejores guardametas llevan las de perder: un penal. Su única ventaja era que conocía bien al pateador.
"Compartí con Ever Espinoza en selecciones juveniles y recordé cómo cobraba los penales. Así que adiviné el tiro y logré taparlo. Quedaba un minuto de los tres de tiempo agregado que dieron".

Ya saben a quién llamar. Miguel Mea Vitali no se sorprende cuando suena la alarma de la portería, porque ya está acostumbrado a atender el llamado. En 2007 con Unión Atlético Maracaibo y 2011 con Aragua, Miky se calzó los guantes en la emergencia. En el gremio de los porteros improvisados, él es la referencia.
"Y pudieron haber sido tres ocasiones", reveló. "Con la Vinotinto en 2001, cuando le ganamos a Paraguay en la eliminatoria en San Cristóbal y (Gilberto) Angelucci se lesionó, yo iba a ir al arco. Sólo que el loco ese quiso seguir y pudo terminar el partido".

"Con la selección, en la etapa de Richard Páez, iba muchas veces al arco en las prácticas de tiros libres. Desde muchacho tuve experiencia como portero, sobre todo cuando iba a jugar con mi hermano Rafa. A él también le gusta portear, sólo que cuando se presentó la oportunidad con Aragua, él no estaba disponible. (Raúl) Cavalleri lo sabía, porque nos había visto en las prácticas, así que no hubo mucho que hablar cuando se presentó la situación en esa locura de partido contra Petare, cuando dieron esos 16 minutos de descuento", contó.
Con el UAM, Mea Vitali entró en una jugada de expulsión y penal, pero a diferencia de Ospina, no pudo detenerlo. "Me pasó como al chamo Uribe con Caracas el pasado domingo. Me moví al lado correcto, pero no llegué", afirmó.
La mayor peculiaridad de su historia es que, con la excepción de ese penal, no pasó trabajo en la portería: "No me patearon entre los tres palos, siempre lanzaron desviado. Incluso en el partido con Aragua contra Petare, cuando Evelio Hernández tuvo dos tiros libres. Soy buen amigo de él y le pude echar mucha broma porque Evelio quiso meterla en el ángulo en los dos tiros. Le dije: `Lo único que tenías que hacer era pasar la barrera y ponerla entre los tres palos porque por más que uno quiera sacar el tiro, uno no es portero’. Para mi suerte, no lo hizo".

Boada, Ospina y Mea Vitali fueron ejemplos de experiencias positivas y quizás por eso no dudan en afirmar que si se presenta una nueva ocasión, lo volverían a hacer con gusto.
Pero para aquellos entrenadores que han perdido cabellos en una de estas emergencias o cualquier otro técnico que desee estar preparado para lo imprevisible, sólo puede quedar una humilde sugerencia: la próxima vez que sus pupilos hablen de su infancia o se pongan a bromear en el arco en alguna de las prácticas, preste mayor atención. Alguno de ellos puede terminar salvando el día.
(Nota escrita para la edición 18/3 de El Nacional)