CUIABÁ
La Copa Confederaciones fue un evento muy brasileño. El público
en los estadios era en su mayoría local y por eso (y la misma importancia del
evento) en ese torneo no se pudo experimentar de primera mano el fervor de este
pueblo por el fútbol, salvo por la noche de coronación del scratch en el
Maracaná, con una fiesta impresionante que se prolongó luego por las calles de
Río de Janeiro, aunque con cierta mesura.
Desde entonces, la duda que quería resolver era qué tan
diferente sería un Mundial en Brasil. Bueno, la verdad es que la mayor
diferencia la han hecho los turistas. Mientras otras naciones casi se paralizan
por el torneo, Brasil sigue siendo Brasil en ese aspecto. De la misma manera en
la que sus periódicos reflejan con mayor relevancia un partido de la segunda
división que un clásico español, acá el Mundial solo genera un alto total
cuando juega una sola selección: Brasil.
Las diferencias en cuanto a organización con la Copa
Confederaciones son las esperadas: mejor organización y logística en las sedes
para llegar y abandonar el estadio, mayor personal disponible para ayudar al
aficionado, aunque todavía deje algunas cosas que desear. Pero la comparación
que más duele es con las otras Copas del Mundo. Alemania 2006 es quizás un caso
injusto, porque fue un anfitrión casi perfecto, que ofreció gran ambiente en
todas las ciudades y convirtió el evento en una fiesta de un mes en el país
entero. Suráfrica 2010, con sus fallas iniciales, también entusiasmó a la gente,
tanto que los surafricanos siguieron apoyando a sus vecinos continentales
(sobre todo a Ghana, la que más lejos llegó) cuando fueron eliminados. Con
Brasil, sin embargo, da la impresión de que si los sacan del torneo, ahí se
acaba el asunto para la gente y casi que le pedirán a FIFA que desaloje a los
visitantes en ese instante.
La creación de los Fan Fest ha ayudado a crear ambiente en
las sedes desde 2006. En Río de Janeiro permitió vivir la fantasía que todo el
mundo tenía de un Mundial en Brasil. Pero fuera de Copacabana, la intensidad de
esa fiesta desciende. Pueden culpar también a las expectativas quizás
exageradas o idealizadas al respecto, es válido. Pero la avalancha de
aficionados latinoamericanos ha ayudado a mantener ese entusiasmo en cada
ciudad, con casos espeluznantes como los argentinos, chilenos y colombianos en
varios lugares.
El resto del pueblo brasileño disfruta del fútbol que se
está jugando, pero tampoco deja de vivir por ello. Con una gran excepción:
Brasil. Ese es un momento sagrado y en Río de Janeiro se pudo vivir con
intensidad esa necesidad de hacer todo a un lado durante dos horas para ver a
la selección. Ahora, Cuiabá ofreció otro gran ejemplo de esto. Al intentar reservar
un paseo fuera de la capital de Mato Grosso, la sorpresiva respuesta es que
había pocos días en los que se podía realizar ese tour de un día. Sábado y
martes no eran posibilidades válidas porque se juegan encuentros en el Arena
Pantanal esos días y el retorno desde Chapada Do Guimaraes sería en la noche.
Pero al preguntar por el lunes, la respuesta fue increíble. “No, ese día
tampoco hay tour porque juega Brasil”. Y así había sido desde que comenzó el
Mundial.
Cuando la seleçao juega, Brasil es otra cosa.