La Copa Libertadores siempre ha tenido un lugar especial en el corazón de los venezolanos. Fue el ámbito en el que el fútbol de este país dio algunas señales de vida, de rebeldía, cuando la Vinotinto ni era un nombre propio ni tenía resultados para generar estos sentimientos.
Luego del trauma que significó la liguilla PreLibertadores con los equipos mexicanos y ya con la selección nacional ofreciendo motivos a granel para sentirse orgullosos, la exigencia comenzó a crecer en esta competencia. Que Minerven y Estudiantes primero, y más tarde Táchira y Caracas hayan alcanzado los cuartos de final de la Libertadores era una muestra de que se podía llegar lejos. En medio de la euforia vinotinto, ¿por qué no se podía soñar con un título o una final al menos en un torneo continental de clubes? Así funcionaba la lógica por estos lares. Y si en la Libertadores se negaba aún el sueño, parecía comprensible apuntar a otra competición, en teoría más asequible: la Copa Sudamericana.
Sin embargo, cada año la percepción cambia pronto con las tempranas eliminaciones. Pasa rápido de ser la copa de la ilusión a la copa de la desesperanza. Y en este problema, reflejado parcialmente esta semana con los resultados de los cuatro representantes nacionales, también hay algo de realidad desdibujada.
En principio la creencia de que se puede trascender con mayor facilidad en la Copa Sudamericana que en la Copa Libertadores no debería ser tan firme. Si bien en la Libertadores están los mejores clubes de los demás países, en especial los gigantes brasileños y argentinos, hay muchas muestras de grandes campañas de cuadros de otros vecinos en los últimos años que dejan ver claramente que un buen equipo, bien preparado y enfocado, puede llegar a las instancias que se le han negado a Venezuela, por mucho que el sorteo no ayude o el calendario se ajuste a veces para los rivales más fuertes.
Pero más dolorosa es la realidad de la Copa Sudamericana. Porque mientras los conjuntos de los demás países no son necesariamente los más fuertes, los venezolanos tampoco. En primer lugar porque por mucho tiempo también se le dio un trato de segunda desde este país. Competir con el cuarto o quinto de la liga venezolana no iba a ser nunca el mejor augurio de un batacazo continental. Pero debido a las medidas demagógicas de premiar a todos o casi todos los participantes de la liga, la serie Pre Sudamericana permite que un conjunto ubicado por debajo de la mitad de la tabla acumulada (es decir, entre los peores del campeonato) pueda representar al país.
Y así, las ya consabidas diferencias entre la liga venezolana y muchas de las suramericanas se amplía. Si, además, se suman motivos como los esgrimidos esta semana como la tardanza en el inicio de la temporada que obliga a conjuntos a jugar la primera ronda de la Sudamericana en plena pretemporada, las desventajas se acumulan. Pero la culpa no es solamente de la FVF y creer eso es un error común. Los mismos equipos se niegan a premiar a los mejores con estos cupos, porque no quieren arriesgarse a que una temporada mala les quite la posibilidad de clasificar y ganar esos dólares por participación. Tampoco votan por cambiar el formato del torneo o mover el calendario. Ni siquiera compensan esa falta de partidos oficiales con un gran número de amistosos y una pretemporada mucho más temprana, algo que les permitiría llegar con mejor ritmo de competencia. Y si contamos que de los cuatro representantes actuales, dos tuvieron recientemente serios problemas de pago y estabilidad económica, entonces hay que concluir que la desesperanza gana por goleada.
(Columna escrita para la edición 4/8 de El Nacional)
domingo, 4 de agosto de 2013
Ilusión y desesperanza
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