La crisis del Lara no ha terminado. Una desbandada es previsible y también justificable. Ver a sus principales jugadores y al técnico Eduardo Saragó en otros conjuntos en el torneo Clausura se presenta como el escenario más lógico.
En cierto modo, la situación se asemeja a una que puede ocurrir en una liga de fantasía. Quien haya jugado alguna de estas simulaciones, especialmente las de beisbol, puede conocer el ejemplo: un dueño de equipo deja de preocuparse por su conjunto virtual, no realiza movimientos, pierde el interés y el resto de los participantes le reclama que si no va a continuar, debe liberar a sus jugadores para que el resto pueda aprovechar ese talento. Si accede, entonces se presenta una gran rebatiña.
En diciembre, Lara podría ser ese equipo que provoque una subasta. Muchos otros podrían reforzarse con esas figuras que anhelarán estabilidad. Pero esta serie de acontecimientos, aunque lógicos en estas circunstancias, son un absurdo para cualquier liga que pretenda ser respetable.
Durante la huelga del Lara, los demás conjuntos parecieron más preocupados en criticar o quedarse en un costado, observando el espectáculo. Es obvio y repetitivo, pero los planteles del fútbol venezolano no se perciben como socios. Son rivales, dentro y fuera de las canchas. La desgracia de otro es la felicidad propia. Si un campeón desaparece, los demás piensan "bueno, ahora me toca a mí ganar". Nadie reclama condiciones para consolidar a la liga porque esas mismas condiciones podrían atentar contra sus intereses.
Laureano González, vicepresidente de la FVF, admitió con honestidad que solicitar garantías de pago a los conjuntos antes de comenzar un torneo era inviable. Que el monto que realmente podrían asegurar era tan bajo que los principales jugadores tendrían que irse del país. Y esto también pone el reflector sobre los futbolistas. Durante muchos años, Caracas tuvo una ventaja en el mercado: era el único que garantizaba el pago. Eso para los jugadores representaba algo valioso. Hasta que comenzaron a aparecer las ofertas escandalosas. Unión Atlético Maracaibo en su momento lo hizo. Mineros y Lara son los ejemplos recientes. Pero muchos otros conjuntos también pagan sueldos que nada tienen que ver con su realidad.
Pedir a los jugadores que rebajen sus salarios es inútil, ellos aceptarán las mejores ofertas y esas dependen de los conjuntos, que son los responsables de haber inflado el mercado, porque saben que sus ingresos no se corresponden con sueldos de 180.000 bolívares.
Si ofrecen menos y el talento se va del país, como presagia González, entonces que así sea. Al menos los jugadores tendrán una mejor oportunidad de cobrar el dinero que se les promete y los clubes se verán obligados a formar talento. Que la liga baje más su nivel será directa consecuencia del mal manejo de los equipos que la integran. Será un reflejo fiel de lo que han cosechado. Hoy, aunque haya jugadores de gran calidad, no se puede hablar bien de esta liga. Un canal de televisión, un patrocinante, no debe ver con orgullo como su marca está asociada con estas palabras: deuda, huelga, suspensión, violencia.
Al hablar de las posibles consecuencias de exigir garantías a los equipos y provocar, de acuerdo con sus palabras, una emigración masiva de talento, González afirmó: "Es una realidad que se tendrá que asumir en su momento".
En su momento. Por ahora, con promesas falsas de salarios, el autoengaño de muchas "canteras", la fingida preocupación por el campeonato como un producto y la dependencia de los resultados de las elecciones de gobernadores, es cada vez más claro que esta es una liga de fantasía.
(Columna escrita para la edición 18/11 de El Nacional)
domingo, 18 de noviembre de 2012
Una liga de fantasía
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