domingo, 27 de mayo de 2012
La eterna prueba del goleador Vizcarrondo
Oswaldo Vizcarrondo no pareciera ser un tipo que viva en situaciones extremas. Su hablar pausado y educado, su carácter taciturno, el bajo perfil que le gusta mantener, deberían mantenerlo alejado de los comentarios. Sin embargo, su carrera ha sido una constante prueba a su paciencia y temple. Desde que deslumbró con la selección Sub-17 que jugó en Arequipa el Suramericano de 2001, Vizcarrondo se ha visto sometido a un escrutinio poco común para un jugador nada controversial. En el Caracas sufrió en ocasiones en la Copa Libertadores, con expulsiones que lo marcaron quizás de manera exagerada. Con la selección debió esperar las oportunidades que pudiera darle Richard Páez en su ciclo, y cuando se suponía que podía asumir el reto, fue marginado temporalmente en esta era del seleccionador César Farías, después de un mal partido colectivo en Bucaramanga. Hasta que el técnico le dio una segunda oportunidad.
Vizcarrondo ha sabido capear el temporal y responder cuando ha sido necesario. Salió al exterior justo después de soportar gritos y críticas de los aficionados del Caracas, y terminó por convertirse en figura en Paraguay con el Olimpia. Empezó una etapa internacional, con un breve retorno al Anzoátegui, en la que ha confirmado su posición en la élite de jugadores venezolanos y, más importante aún, dentro de la Vinotinto.
Esa capacidad para aguantar, aprender de los malos ratos y volver a levantarse le ha llevado a ser una pieza fundamental en la selección. Vizcarrondo se ha esforzado por mejorar en las distintas facetas de su juego y ha convertido defectos en virtudes.
Una mañana, cuando militaba en el Caracas, Noel Sanvicente fue particularmente severo con el central en los ejercicios de cabeceo ofensivo. Con su estatura y fortaleza, Vizcarrondo siempre había sido una garantía para despejar balones en el área. Pero no utilizar esa ventaja en el otro arco le parecía a Sanvicente un desperdicio de sus condiciones naturales. Tenía que trabajar más fuerte, porque despejar es muy diferente a cabecear a la malla. Lo segundo es un arte mucho más complicado, que exige ubicación, instinto, estrategia, cálculo del tiempo y precisión en la ejecución.
“Chita veía un alto potencial en mí en esa faceta, por eso siempre me exigió pulirme en mi juego aéreo ofensivo para ayudar a los equipos donde jugase. Además, en ese tiempo era un jugador muy joven, así que era el momento indicado para trabajarlo y mejorarlo”, confesó Vizcarrondo en 2011 al consultarle sobre el tema.
En Paraguay, Vizcarrondo se vio forzado a terminar de desarrollar esta faceta. “Desde mi pasantía con Olimpia, gracias al trabajo extra durante la semana, lo pude conseguir. Empecé a dedicar unos minutos aparte todos los días para mejorar mi juego aéreo ofensivo, ya que la mayoría de las veces ganaba por arriba, pero no le daba la colocación necesaria ni coordinaba el debido tiempo y espacio para llegarle bien al balón, y por eso no terminaba la jugada en gol”, explicó el central.
Y Vizcarrondo empezó a anotar goles. No se ha detenido desde entonces. Que sume ocho tantos en la Vinotinto, todos de cabeza, más que una curiosidad es una evidencia de ese progreso que alcanzó con determinación. Que se acerque a José Manuel Rey (11 goles) entre los defensores con más anotaciones en la historia de la selección, con gran posibilidad de superarlo, es parte del legado que le permitirá probar que su éxito no fue momentáneo.
(Nota escrita para la edición 27/5 de El Nacional)